Puntos esenciales para hacer planes de vida en pareja
Tu proyecto, el mío y el nuestro
El proyecto de vida no nace con la pareja. Todos tenemos, antes de estar en pareja, un proyecto de vida. Y digo que lo tenemos –nos lo hayamos propuesto o no– porque el proyecto es la forma como nos gustaría vivir. Todos tenemos gustos, ambiciones y sueños que van modelando las ideas acerca del lugar que ocupa cada cosa en nuestra vida concreta. Solemos tener ideas acerca de lo que significa el trabajo, el dinero y su gestión, dónde queremos vivir, el estilo y tipo de vida social que queremos llevar, cuántos hijos desearíamos tener (si es que deseamos tenerlos)… Todo esto va creando nuestro proyecto de vida. No sabemos a ciencia cierta lo que ocurrirá con nosotros, pero cada uno trabaja para que la vida real y el proyecto personal se parezcan y coincidan lo máximo posible.
Cuando nos acercamos a alguien y ocurre el encuentro de corazones, la chispa del amor nace, pero también se han encontrado (o desencontrado) dos proyectos de vida. Para que estas dos personas, que experimentan el placer de vibrar con la misma frecuencia en el amor, se conviertan en una pareja, necesitan compartir un proyecto de vida en común; de lo contrario, no hay pareja. Aparecen entonces tres proyectos: el tuyo, el mío y el nuestro. De la forma en como se resuelva la coexistencia de estos tres proyectos depende la calidad de vida de la pareja o, directamente, la posibilidad de su existencia.
A veces se menosprecia la consideración del proyecto porque “el amor lo puede todo”. Sin embargo, volviendo a tomar una de mis metáforas preferidas, necesitamos averiguar si uno es un pájaro y el otro es un pez, porque un pez y un pájaro se pueden enamorar, pero ¿dónde van a vivir?
Los deseos de cada uno
Generalmente, antes de tomar la decisión de formar una vida juntos, transcurre el tiempo suficiente para que salgan a la luz los gustos, las ambiciones y los sueños de cada uno, es decir, los proyectos de vida personales en todos sus detalles. En ocasiones, hay decisiones que se presentan muy claramente, como si estuvieran por escrito: “Una vez casados quiero mudarme al campo”. Pero no siempre está todo tan claro. La mayoría de las veces nos vamos dando cuenta del modelo de proyecto del otro a lo largo de la convivencia. Es entonces cuando van surgiendo los deseos de cada uno y cómo queremos trabajar para lograrlos.
Es importante prestar atención a lo que se mueve dentro de nosotros cuando el otro cuenta sus proyectos: iremos viendo si se parecen, si nos resultan curiosos y nos inquietan o si nos generan rechazo. Poco a poco, vamos descubriendo cuánto coinciden los planes personales. De estas coincidencias, surge el proyecto en común.
No me gustaría que de esto se deduzca que la pareja ideal es aquella que tiene proyectos idénticos, que se superponen totalmente. No hace falta que sea así, al contrario. Naturalmente, es necesario que una parte de los proyectos se solapen, coincidan, formando lo que va a ser el proyecto en común; pero es muy enriquecedor que cada uno conserve una parte personal, lugares donde nutrirse fuera de la pareja, que aporten variación y aire fresco.
Aceptar las diferencias
Así, no tienen por qué compartirse aficiones: ella puede distraerse pintando y él puede hacerlo practicando deporte. Las diferencias, cuando son aceptadas y apoyadas mutuamente, pueden enseñarnos muchas cosas, aunque a veces nos sorprendan o quizá nos asusten. Claro que, si ese “aire fresco” es salir con los amigos todas las noches hasta la madrugada, habrá que ver cuán enriquecedor le parece al que se queda en casa.
No hay una medida que defina cuánto tienen que coincidir los proyectos personales para formar uno en común. Cuando la pareja está formada por dos personas muy independientes, probablemente necesiten libertad de movimiento y los proyectos propios ocupen una parte importante y aquellos en común, una parte más pequeña.
Igualmente, es preciso atender cuidadosamente a la armonía de los planes comunes. Si uno piensa tener hijos y el otro no –o si sólo es uno el que quiere vivir en el extranjero–, la pareja se verá en dificultades.
Armonización o sometimiento
La mayoría de las personas eligen vivir en pareja a pesar del gran desafío que esto representa. El compartir las alegrías y las penas cotidianas, la contención, la caricia y el aliento son alimentos para el alma. Pero para que se dé este clima, es preciso que la pareja sea también un lugar de crecimiento y de expansión personal de los dos.
Por esta razón, los planes personales de cada uno necesitan realizarse, al menos parcialmente. Quizás no pueda darse un crecimiento simultáneo de los proyectos personales sino alternado; pero lo que resulta dañino es la renuncia total de uno de los integrantes, voluntariamente o no, al proyecto propio en función del otro. Si uno sacrifica todos los deseos, tarde o temprano eso “pasará factura”. No puede haber sometimiento o dominación. Las parejas que se estructuran de esta manera llevan dentro de sí el germen de su propia destrucción.
Esto no quiere decir que uno no pueda tener una posición de respeto hacia los planes del otro y cambiar los propios proyectos para satisfacer a quien queremos. Pero debe ser un movimiento auténtico desde el corazón y no una imposición que sea vivida como una tortura. Cuando es un movimiento de corazón, la propia postergación de los planes personales se ve compensada por ver al otro feliz. En cambio, si nos sigue resultando torturante, tendremos que saber que nadie soporta un sufrimiento eterno.
Compartir el sentido de la vida
Nada de esto debería impulsarnos a convertirnos ahora en abogados intentando hacer firmar al otro un contrato de cómo se va a desarrollar la vida de pareja. Lo cierto es que no sabemos ni siquiera cómo ha de desarrollarse nuestra propia vida. Justamente este no saber es lo que la vuelve fascinante.
No podemos convertirnos en fanáticos de nuestros proyectos, es decir, de las realizaciones materiales únicamente. Así, la vida puede volverse muy aburrida. De nada sirve llegar a la meta sonriendo para la foto donde posamos junto a la casa, el coche, los dos niños y el perro si el amor se ha ido, aunque tengamos un contrato de proyecto de vida “firmado y sellado”.
Aunque suene obvio, el amor es lo primordial. Sin perjuicio de ello, podemos revisar nuestros planes. Quizá sea suficiente con permanecer abiertos para comprobar, si encontrándonos, realmente nos encontramos, si miramos hacia el mismo lado. De lo contrario, como dijo Fritz Perls, si encontrándonos no nos encontramos, no hay nada que hacer. Porque, en definitiva, se trata de compartir el mismo sentido de la vida.
7 preguntas para una vida en común satisfactoria
1. ¿En qué ciudad viviremos?
¿Viviremos en el centro de la ciudad o en las afueras? ¿O mejor en el campo? ¿Y en el extranjero? Elegir dónde vivir puede ser un juego apasionante pero, en ocasiones, implica un cambio que puede ser vivido como una pérdida que afecta negativamente a uno de los dos miembros.
2. ¿Tendremos hijos?
La primera cuestión que se plantea en relación a los hijos es si hay acuerdo en tenerlos o no. Puede que los dos miembros de la pareja quieran tener hijos, pero ¿cuántos? Y más tarde, hay que pensar en cómo educarlos, es decir, concretar los criterios de educación que se seguirán o elegir las escuelas a las que irán.
3. ¿Cómo empleamos el dinero?
Hay muchas maneras de organizar la economía de una pareja, aunque, en general, se deriva de lo que hemos aprendido en el modelo familiar. ¿Quién pone el dinero? ¿Trabajan los dos miembros de la pareja o sólo uno?¿Cómo le sienta a cada uno el hecho de que el otro trabaje o no lo haga? ¿Todo va a un saco común o se establecen economías separadas? ¿De qué manera se deciden los gastos? ¿Cuál es el nivel de independencia para gastar el dinero? Algunas de estas cuestiones podrían parecer triviales, pero el dinero –y el poder que implica– ha originado muchas disputas.
4. ¿Qué lugar ocupa el trabajo?
El papel del trabajo, qué lugar ocupa en el día a día y en la vida misma, es un tema que debe hablarse con la pareja, pues el trabajo y el desarrollo profesional se llevan gran parte del tiempo y de la energía de cada uno de nosotros. El resto del tiempo queda para la pareja y todo lo demás, pero los dos miembros necesitan saber si aceptan ese “resto”.
5. ¿Qué vida social queremos?
Hay personas solitarias y otras a las que les gusta estar continuamente en contacto con gente, ya sea de forma personal o en fiestas. Si hay mucha diferencia de criterios, uno puede sentirse aislado o invadido, según el caso. Hay que hablar de lo que nos gusta y entender la perspectiva de quien queremos para encontrar un camino de acuerdo.
6. ¿Qué papel tiene cada familia?
Es importante observar, de antemano, el papel que ocupan las familias de origen en cada integrante de la pareja, el tipo de trato y el grado de dependencia o intromisión que cada miembro está dispuesto a aceptar. El desacuerdo en este punto suele derivar en una crisis de pareja.
7. ¿Respetamos la fidelidad?
Hay personas que requieren distintos tipos de libertad, que pueden llegar hasta el planteamiento de alguna forma de amor libre. Es un tema delicado y la decisión es muy personal. De todos modos, en el caso de que se exprese la necesidad de este tipo de libertad, el deseo debe ser mutuo y este tipo de “amor de puertas abiertas” debería ser aceptado por ambos previamente.
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