Esta es la importancia por la cual los hombres deben ser físicamente fuertes
Por lo regular se pone más énfasis al hablar acerca del carácter del hombre, sobre su fuerza física, más en la actualidad, ya que la fuerza puede no puede parecer muy necesaria en el mundo actual, donde la mayoría de los hombres se sientan detrás de un escritorio a trabajar todo el día.
Pero ser fuerte no es nunca una desventaja y con frecuencia es muy benéfico en una variedad de frentes. Lo más importante, la fuerza es la columna vertebral del código de virilidad. Y vamos a ver por qué.
La fuerza física constituye una de las pocas y más significativas diferencias entre hombres y mujeres
Si el papel de protector representa el núcleo de la masculinidad, entonces la fuerza física tiene su propio núcleo. Es el factor fundamental en cuanto a si un hombre puede mantenerse en una pelea, si puede responder cuando se le empuja. Por lo tanto es fundamental para juzgar la virilidad de un hombre, al menos de forma visceral.
Esto puede parecer estúpido, tonto o arcaico, pero todo se remonta a la forma en que evaluamos los hombres, basados en la reacción que puedan tener ante una crisis. A pesar de que ahora vivimos en un tiempo cómodo de relativa paz, no ha cambiado el hecho de que los hombres y mujeres por igual (incluso los más progresistas de ellos) encuentran hombres que parecen físicamente fuertes y en cierta forma son más respetables, autoritarios, atractivos y varoniles que los hombres que no tienen un buen físico. Además, esto aumenta su testosterona, que es el alma de la masculinidad. Por lo tanto, si quieres sentirte más como un hombre (y serás tratado como uno), debes empezar a construirte un cuerpo más fuerte.
La construcción de la fuerza aumenta tu salud física y mental
La obesidad mata. El ejercicio y el aumento de testosterona que provoca el levantamiento de pesas mantiene tu cuerpo sano y combate la depresión. Parece que no hace falta decir más.
La fuerza física es práctica y te prepara para cualquier exigencia.
Incluso en nuestra sociedad, segura y suburbano, la fuerza todavía hace falta. Debes saber que eres lo suficientemente fuerte como para llevar a alguien a un hogar lleno de seguridad (además de poder salvar tu propia vida en caso de emergencia). Debes tener la fuerza para levantar pesadas bolsas cuando vas camino a casa. Debes ser capaz de poner un atacante con la cara en el suelo.
En cierto modo, la fuerza se puede clasificar como una antifragilidad: la mayor parte del tiempo puedes confiar en la tecnología y las herramientas para hacer el trabajo, pero nunca se sabe cuándo se va a necesitar hacer algo de trabajo sucio, y cuando lo hagas, te alegrarás de poder recurrir a tu fuerza física. Cuando todo lo demás queda agotado, lo que te queda es la más básica de las luchas: músculo contra naturaleza y el músculo frente al músculo.
La fuerza física fomenta la excelencia y el florecimiento de una vida plena
A menudo pensamos en la construcción de la fuerza como algo para bobos; poco profundo. Se ha creado una falsa dicotomía entre la virtud y la fuerza; cerebro y músculo.
Sin embargo, muchos grandes hombres de la historia, entre ellos filósofos, estadistas y escritores, rechazaron esta división falsa e hicieron hincapié en la importancia de desarrollar el cuerpo, la mente y el alma. Ellos entendieron que sin un cuerpo fuerte, un hombre nunca será capaz de desarrollar sus otras virtudes a su máximo potencial.
Uno de estos ejemplos de convicción fue Theodore Roosevelt, acerca de cómo se transforma un hombre débil, con una infancia enfermiza, en un hombre fuerte y viril, después de que su padre le dijo: “Theodore, tienes la mente, pero no tienes el cuerpo, y sin la ayuda del cuerpo, la mente no puede ir tan lejos como debería. Debes construir tu cuerpo”. El pequeño Theodore respondió: “¡Voy a construir mi cuerpo!”. Y pasó el resto de su vida haciéndolo: practico boxeo; lucha libre; senderismo; natación y caza hasta el último de sus días.
Para quienes no lo saben, otro de los hombres más eminentes de la historia, Winston Churchill, tuvo una historia casi idéntica. Su biógrafo, William Manchester, detalla su transformación:
“Enfermizo, debilucho y sin coordinación, con las pálidas manos frágiles de una niña, hablaba con un ceceo y un ligero tartamudeo, estaba a merced de los abusadores. Lo golpearon, lo ridiculizaron y le arrojaron bolas de cricket. Temblando y humillado se escondió en un bosque cercano. Este no era el material del que están hechos los gladiadores. Sus únicas armas eran una voluntad indomable y un incipiente sentido de la inmortalidad…
A la edad de siete años, Churchill deliberadamente se propuso cambiar su naturaleza para demostrar que la biología no tiene por qué ser el destino. Anthony Storr, psiquiatra inglés y autor del libro ‘La agresión humana’, llega a la conclusión de que ‘era, en un grado notable, obligado a ir en contra de su propia naturaleza’. Como victoriano, Churchill creía que podía ser dueño de su destino y que la fe lo sostendría, pero todo lo que hemos aprendido acerca de la motivación humana desde entonces subraya la inmensidad de su empresa. WH Sheldon ha delineado tres rasgos físicos dominantes, cada una con sus rasgos de personalidad concomitantes. De los tres -ectomorfo (leve), mesomórfico (muscular) y endomórfico (grasa)- Churchill caía claramente en la tercera categoría. Tenía la cabeza pesada, sus extremidades pequeñas, un tumescente vientre, un endeble pecho. Tenía la piel tan sensible que se llenaba de erupciones a menos que durmiera desnudo entre sábanas de seda. Durante el día podía usar solamente ropa interior de seda. Los endomorfos son característicamente perezosos, calculadores, de trato fácil y predecibles. Churchill no era nada de eso. Cambió su constitución emocional a la de un atleta, proyectando la imagen de un valiente, un bulldog indomable.
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